Con el descenso de las temperaturas y el aumento de los precios del gas, gran parte de Europa se adentra en una tormenta perfecta. La escasez de suministros, la inflación, las políticas ecológicas y la oposición ideológica a Rusia están creando una crisis energética.
Como resultado, los cortes de electricidad, el retraso en la recuperación económica y las consecuencias políticas podrían tener ramificaciones en todo el continente. A largo plazo, el fracaso de los responsables políticos de la UE socavará la seguridad energética, hará que sus industrias sean menos competitivas y tendrá un impacto negativo en la cohesión y el papel de Europa en el mundo.
Las próximas heladas
Los esfuerzos de EE.UU. y la UE por endeudarse y gastar para recuperarse están fracasando. La creciente deuda y la impresión de dinero están alimentando la inflación, con un impacto previsible en los precios de la energía. La reciente y drástica inflación de la oferta monetaria de Estados Unidos fue innecesariamente imprudente, dado que el país ya se estaba recuperando de los cierres de Covid-19.
La problemática transición verde también ha sido un factor que ha contribuido, ya que el cierre de centrales nucleares, la aversión al carbón y las deficiencias de la energía eólica han dado lugar a una creciente dependencia del gas como fuente de energía barata y relativamente limpia.
También está la decisión de la UE de abandonar los contratos de gas a largo plazo que garantizan un suministro fiable a precios predecibles. En su lugar, la UE ha favorecido la compra de gas a precio al contado, en la que los suministros se adquieren directamente de lo que ya hay en el mercado, en lugar de acordar entregas a un precio fijo.
El riesgo evidente, que se está poniendo de manifiesto en toda Europa, es que los precios del gas al contado pueden fluctuar ferozmente y puede que no haya suficiente producto disponible en el mercado, ya que la extracción, el procesamiento y el tránsito del combustible deben planificarse con antelación.
Rusia, a la que algunos culpan de la crisis, insiste en que está cumpliendo sus obligaciones en virtud de los contratos de gas a largo plazo vigentes, aunque reconoce que no hay suficiente gas disponible para responder a aumentos repentinos de la demanda. Por ello, Moscú está reponiendo sus propios suministros, además de suministrar gas a los consumidores de Asia de acuerdo con sus obligaciones contractuales a largo plazo, y el mercado europeo más amplio es demasiado grande para aumentar suficientemente la producción en tan poco tiempo.
El dolor de cabeza de Europa
Las relaciones con Rusia estaban destinadas a ser problemáticas cuando Occidente decidió, tras la Guerra Fría, construir una nueva Europa con Moscú excluido. Se esperaba que Rusia acatara las decisiones de las principales instituciones, de las que se le negó la pertenencia. Para cuadrar el círculo, esto exigía una interdependencia asimétrica extrema, aumentando la dependencia de Rusia respecto a Occidente, mientras que se reducía la dependencia de Occidente respecto a Rusia.
La interdependencia económica asimétrica podría convertirse en poder político, ya que el peor acuerdo presentado a Rusia seguiría siendo el único acuerdo sobre la mesa.
Rusia dependía excesivamente de Occidente para casi todo, mientras que Europa sólo dependía en gran medida de la energía rusa. En los años noventa, los intereses occidentales estaban en proceso de establecer el control sobre el mercado energético ruso hasta que Vladimir Putin asumió el poder y devolvió la gran cantidad bajo control estatal. Occidente respondió obsesionándose con reducir la dependencia del gas ruso y buscando el control de los Estados de tránsito, como Ucrania, por donde antes pasaba el 80% de las exportaciones.
Moscú pretendía utilizar su importante papel como proveedor de energía para conseguir un asiento en la mesa de las instituciones de Europa, mientras Occidente advertía de los males del «arma energética» rusa. Gran parte de Occidente luchó contra los gasoductos adicionales para aumentar el suministro fiable de gas como parte de esto.
Sin ninguna ironía intencionada, Estados Unidos afirmó defender la seguridad energética de Europa cuando impuso sanciones a las empresas europeas que participaron en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, a pesar de las objeciones de Alemania. La hostilidad hacia el gas ruso parece haber funcionado, ya que es poco probable que Moscú construya más gasoductos hacia Europa, y en su lugar dará prioridad al mercado asiático.

En 2021, Europa es un lugar diferente. Rusia ya no intenta utilizar su posición como proveedor de energía para negociar una configuración política diferente en el continente. En su lugar, Moscú ha abandonado sus antiguos sueños utópicos de formar parte de una Gran Europa y ha puesto sus ojos en el Este para desarrollar una Gran Eurasia en asociación con China.
Por tanto, las empresas, tecnologías y consumidores europeos son cada vez menos importantes para la industria energética rusa. Las antiguas propuestas rusas de una arquitectura de seguridad y un mercado energético comunes han sido sustituidas por líneas rojas contra un mayor expansionismo de la OTAN.
¿Es posible un deshielo?
Para resolver la crisis energética, Europa Occidental necesita una reflexión honesta y racional sobre lo que ha llevado a esta tormenta perfecta con sus potenciales implicaciones a largo plazo.
En lugar de ello, las élites se refugian en la consigna antirrusa de que se enfrentan a una «guerra híbrida» y a un «arma energética», lo cual es una distracción cómoda pero no aborda los problemas subyacentes de un continente en declive. El aumento del antagonismo no hace sino reafirmar la creencia de Moscú de que la UE es un socio poco fiable, y que los esfuerzos de Rusia por desarrollar nuevas asociaciones económicas deben seguir siendo una prioridad absoluta.
Destinados a vivir en una Europa dividida, Bruselas y Rusia deberían sacar lo mejor de ella despolitizando la energía y formando una asociación energética pragmática. Rusia se comportará de forma previsible, en su propio interés nacional, que es actuar como proveedor fiable de gas en busca de mercados rentables y previsibles. Sólo la UE puede dejar de meterse en un agujero.