La investigación sanitaria se basa en la confianza.
Los profesionales de la salud y los editores de publicaciones que leen los resultados de un ensayo clínico asumen que el ensayo se llevó a cabo y que los resultados se presentaron con honestidad. Pero un 20% de las veces, según Ben Mol, profesor de obstetricia y ginecología de Monash Health, se pueden estar equivocando.
Es verdaderamente preocupante el fraude en las investigaciones desde hace 40 años. Se ha vuelto la norma cuestionar las supuestas investigaciones médicas y dudar de ellas hasta que se den a conocer pruebas concretas que las apoyen.
El profesor de epidemiología Ian Roberts de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, empezó a tener dudas sobre la veracidad de los informes de los ensayos después de que un colega le comentara una verdad sorprendente. La revisión sistémica que demuestra que el manitol reduce en un 50% las muertes por traumatismo craneoencefálico está basada en ensayos que jamás fueron realizados.
La preocupación se hace aún mayor al saber que estos supuestos estudios vienen de un autor principal que hizo creer que procedía de una institución establecida, que realmente jamás existió. Para más Inri, tan sólo un par de años después de la publicación este supuesto investigador se quitó la vida.
Este supuesto estudio estuvo respaldado por variedad de ensayos que fueron publicados publicaron en prestigiosas revistas de neurocirugía y tenían múltiples coautores. Sin embargo, Ninguno de los coautores había aportado pacientes a los ensayos, y algunos no sabían que eran coautores hasta después de la publicación de los ensayos. Cuando Roberts se puso en contacto con una de las revistas, el editor respondió que «no me fiaría de los datos».
Más tarde, Roberts, que dirigía uno de los grupos de Cochrane, hizo una revisión sistemática de coloides frente a cristaloides, sólo para descubrir de nuevo que muchos de los ensayos que se incluyeron en la revisión no eran de fiar.
Ahora es escéptico con respecto a todas las revisiones sistemáticas, en particular las que son en su mayoría revisiones de múltiples ensayos pequeños. Propuso que los ensayos pequeños de un solo centro se descarten y no se combinen en revisiones sistemáticas.
Mol, al igual que Roberts, ha llevado a cabo una revisión sistemática sólo para darse cuenta de que la mayoría de los ensayos incluidos tenían fallos fatales o bien no eran de fiar. Hace tiempo que sabemos que la revisión por pares es ineficaz a la hora de detectar el fraude, especialmente si los revisores empiezan, asumiendo que la investigación se comunica verazmente.
Roberts y otros escribieron sobre el problema de los numerosos ensayos poco fiables en The British Medical Journal hace seis años con el provocativo título: «El sistema de conocimiento que sustenta la asistencia sanitaria no es adecuado para su propósito y debe ser modificado». Querían que la Cochrane Collaboration y cualquiera que realizara revisiones se tomara muy en serio el problema del fraude.
En el editorial de la Biblioteca Cochrane que acompaña a las nuevas directrices se reconoce que no hay acuerdo sobre lo que constituye un estudio no fiable, que las herramientas de cribado no son fiables y que «una clasificación errónea también podría provocar daños en la reputación de los autores, consecuencias legales y problemas éticos asociados a que los participantes hayan tomado parte en la investigación, sólo para que sea descartada»
Todo el mundo sale ganando con el juego de las publicaciones, concluyó Roberts, excepto claro, los pacientes, quienes sufre las consecuencias de recibir tratamientos basados en datos fraudulentos.
Uno de los anteriores directores de The British Medical Journal, empezó a preocuparse por el fraude en la investigación en la década de 1980, pero la gente pensaba que su preocupación era excéntrica.
Las autoridades investigadoras insistieron en que el fraude era raro, que no importaba porque la ciencia se autocorregía y que ningún paciente había sufrido por culpa del fraude científico.
Sin embargo, décadas después todas esas razones argumentadas por las autoridades, han resultado ser erradas. Mientras las instituciones siguen manteniendo el pie firme en estas investigaciones fraudulentas, personas alrededor del mundo siguen sufriendo las consecuencias, en muchos casos fatales.
La única salida que nos queda es nuestro propio sentido común, hoy más que nunca es cierto que no se puede confiar ciegamente en las grandes corporaciones.